La apertura de temporada venteña fue un contraste de sentimientos en la que vimos todo y su contrario.
Se pudo dar la primera corrida tras un inesperado claro en el cielo que parecía concluir con las tres semanas de lluvias intensas caídas en Madrid y resto de España. Adiós a la borrasca Martinho y bienvenidos los Adolfo Martin.
Afuera, 50 manifestantes anti taurinos gritaban mensajes de odio, de ese oído aceptable sin duda por la progresía, bien protegidos por otros 50 policías, los mismos a los que insultan en otras marchas. Enfrente, los casi 14.000 aficionados que entraban pacíficamente en la plaza: 50 contra 14.000…, pero ¿adivinen de quienes hablarán los periodistas miedosos?
Dentro de la plaza se vivía un gran ambiente. Casi lleno en los tendidos, gradas y andanadas de sol. Parecía más una corrida ferial que una discreta apertura como las vividas estas últimas temporadas. Funcionan las cosas cuando se trabaja bien. Había calor en los tendidos, pero frío en el aire gélido.
Salieron los mensajes del 7 tras el paseíllo, sobre los precios altos de las entradas, pero, paradójicamente, lo hicieron con nuevos vecinos en un tendido repleto como nunca en una corrida suelta. Una denuncia en parte inaudible, véanse la entrada, aunque se oyeron algunas palmas de los fieles.
En el ruedo, también vivimos todo y su contrario. Un Rafael de Julia hundido total, anímicamente en otro mundo, estoico tras las tres broncas oídas en sus toros y al que tuvo que matar, otra vez muy mal, al último de Damián Castaño por su herida. Regresaba el torero tras una buena tarde en septiembre y repetirá en la próxima goyesca del 2 de mayo en este ruedo. No se sabe bien como podrá regresar en esas condiciones, ni tampoco cómo podrá seguir enseñando y exigir de sus alumnos de la escuela taurina El Yiyo. Si no puedes, no vienes, no hay deshonra en abdicar con dignidad, lo que no fue el caso esta tarde.
El que sí pudo, fue Damián Castaño en dos faenas llenas de pundonor, de valentía y de profundidad. Muchos méritos tuvo el salmantino desde el inicio del primero de su lote, precioso cárdeno y más ligero del encierro, que daba señales de querer saltar al callejón, y al que Damián soltó capotazos en el hocico hasta los medios. “Aquí mando yo”, parecía decirle el matador castellano. Y vaya que mandó. Gran faena por ambos pitones, rugiendo la plaza tras naturales largos y profundos. Tenía la o las orejas en una bandeja, pero falló con los aceros, saludando al tercio tras gran ovación.
Más complicado fue el otro Adolfo, cinqueño quinto, que le cogió durante su primera serie de naturales, hiriéndole en el muslo izquierdo, siendo llevado Castaño a la enfermería sin poder regresar al ruedo. El charro estuvo toda la tarde con una gran entrega y una generosidad desbordante, rozando lo que pudo ser un gran triunfo. Cayó directo al corazón de esta afición.
El que quiso, pero no pudo por las condiciones de sus toros fue el linarense Adrián de Torres, que aun así, sacó algún pase aislado de gran clase al tercero de la tarde.
Los Adolfos fueron todos ovacionados al salir de chiqueros y casi todos pitados después en el arrastre, vaya disparidad, menos el segundo de Castaño, de nombre Arenero, un toro encastado que se hizo grande tras la lidia del diestro charro que supo sacarle lo mejor.
Ese mismo combate entre Castaño y Arenero pudo saber a gloria. Pero todo acabó en la enfermería para el torero salmantino, cayendo con los honores. Una tarde de contraste de sentimientos en la que vimos todo y su contrario.