LA TAUROMAQUIA… COMO ESPEJO - Por Felipe OLIVERA

MEXICO Pide LIBERTAD Taurina

La tauromaquia es un espectáculo vivo que con el correr del tiempo ha tenido cambios significativos, para llegar a nuestros días tal y como ahora se desarrolla, es decir, con ciertas normas, ritos, reglamentaciones etc. El proceso de transformación fue paulatino, por decirlo a grandes rasgos se inventó la muleta para poder dar muerte al toro con mejor ejecución. Después la faena de muleta llegó a ocupar un lugar de predominio sobre el capote. Del toreo de expulsión, a la defensiva se llegó al toreo largo, circular y templado; es decir, que, de la lucha y dominio de una embestida áspera, de corto recorrido, con el transcurrir de las generaciones de grandes toreros, el toreo evolucionó notablemente en sus formas y, ahora, además de que un espada debe tener los conocimientos para lidiar con eficacia, también, debe poseer la sensibilidad de interpretar su quehacer en el ruedo con belleza y arte.

Cada país, cada región hablando del planeta taurino, tiene un toque especial para entender y celebrar las funciones taurinas. Puede decirse que en todos los cosos del mundo se mantiene la misma tradición y similares normas en cuanto al desarrollo del espectáculo se refiere, pero esas diferencias que dan sello a cada lugar son como el idioma que puede ser el mismo, pero con la entonación y los modismos locales que le confieren identidad propia.

Así, la fiesta taurina no resulta igual en plazas como Pamplona, La Maestranza, La México, Las Ventas y no se diga de cosos de Sudamérica, Portugal y Francia. Cada lugar tiene, reitero, su propia esencia.

Públicos distintos que tienen sus particulares preferencias y exigencias, así vemos que hay plazas donde la edad y seriedad del toro son lo esencial y lugares donde el toreo artístico es lo que es mayormente valorado. Hay plazas marcadamente toristas y cosos definidos como toreristas, así como también hay lugares donde la suerte de la pica es más apreciada en contraste con otros sitios.

Pero la tauromaquia en esencia y en todos los lugares donde se desarrolla tiene una serie de características que la hacen universal. El torero es un héroe del siglo XXI, que personifica en el ruedo actos de valentía a riesgo de su integridad física, realiza lo que la gran mayoría de los asistentes a una plaza no son capaces de hacer, pero esos espectadores ven en esos hombres vestidos de seda y oro, los anhelos, los triunfos, la voluntad, la capacidad de superación… y todos esos atributos los hacen suyos, para vibrar en la plaza a la par de los espadas.

Todos los que por primera vez tuvimos la fortuna de asistir a las funciones taurinas, de la mano de nuestros padres o abuelos, sin saberlo tal vez, nos hemos nutrido de los valores que emanan de la tauromaquia. Y así los jóvenes o nuevos aficionados que, en la actualidad, se están acercando con interés a las plazas de toros encontrarán una serie de situaciones que reflejan en gran medida circunstancias y virtudes que son propias del diario existir.

De entrada, durante las corridas de toros se lleva a cabo una liturgia desde que se parte plaza hasta que dobla el último toro de la tarde; el respeto a las jerarquías es patente en todo momento, hay un primer espada que, por antigüedad, ejerce la dirección de la lidia. Si un subalterno da las banderillas a su matador a petición de este último, antes de dárselas se desmontera en señal de respeto. Asimismo, cuando un torero actúa por primera vez en cualquier plaza del orbe taurino hace el paseíllo desmonterado como deferencia hacia el público.  Y fuera de la plaza entre los matadores de nuevo cuño siempre hay un respeto en grado sumo hacia los maestros veteranos estén estos en activo o en el retiro.

En la plaza se vive con intensidad el triunfo de un torero al que se le arrojan sombreros y prendas de vestir durante su paso en la vuelta al ruedo y cuando el éxito es rotundo, al final de la corrida, sale en hombros entre las aclamaciones de los aficionados. Es entonces cuando ese hombre, enfundado en su traje de luces, adquiere otra jerarquía y como un semidios sale de la plaza sin que sus pasos toquen la arena; ha alcanzado la gloria y sale como levitando por la Puerta Grande. El contraste de las tardes adversas en los cosos, también, es intenso; cuando un torero fracasa estrepitosamente, así se trate de una figura del toreo, el público le increpa con gritos altisonantes y las almohadillas son arrojadas al ruedo. Las pasiones conflictivas que se pueden desatar en una plaza de toros le confieren al espectáculo taurino un cariz dramático. Eso sí, en oposición a otros espectáculos, en el taurino nunca se dan actos de vandalismo.

A diferencia de las representaciones teatrales, en las plazas de toros, la tragedia se hace realidad. El hombre que por sus sueños de triunfo arriesga la vida puede caer herido ante las astas del toro. En no pocas ocasiones, los espadas, con su sangre empapando el traje de luces, se niegan a irse a la enfermería hasta no culminar su faena con la suerte suprema. Es entonces cuando por fin, el torero, es llevado por las asistencias hacia los servicios médicos. Su voluntad ha traspasado su propio instinto de conservación y la afición se conmueve por el héroe caído y lo manifiesta entre gritos de ¡Torero! ¡Torero!

El asiduo a las corridas de toros se caracteriza por ser un aficionado de fe, que siempre está a la espera de que suceda un portento de faena o cuando menos algún detalle de asombro. El escritor francés, Jean Cau declaró: “Amar los toros es, cada tarde, a eso de las cinco, creer en los Reyes Magos e ir a su encuentro”. Ese deseo de ir a la plaza de toros para presenciar algo extraordinario se lleva latente previo a cada festejo taurino y se puede centrar en la terna anunciada, en el encierro a lidiarse, en una fecha significativa… Y aunque pasen varias tardes sin que surja la faena sublime, la ilusión y la esperanza de que llegue esa tarde anhelada no se pierde nunca.

A Curro Romero le increpó un apasionado aficionado por una mala actuación: “¡Curro, la próxima vez va a venir a verte tu puta madre! ¡Y yo también!”

A las corridas de toros no se asiste como a un simple espectáculo solo para divertirse y pasar el rato, estar en la plaza puede ser una vivencia que pone un alto a la cotidianeidad que a veces tiene el existir; la tarde se puede transformar en un momento mágico, de éxtasis, de sentir que se ha vivido lo sublime, incluso, lo cercano a una experiencia religiosa. Es cuando por lo acontecido en el ruedo, entre los taurinos, se dice… y se dice bien: que se ha detenido el tiempo. El espectador se identifica con el torero y goza la faena al máximo, por eso aquello de que cuando se ha dado la tarde esperada, la gente sale toreando de la plaza.

Ser torero es asumir una postura estoica para vencer las adversidades, hacer lo mejor de acuerdo a como vengan las circunstancias. En el sorteo previo a la corrida, la suerte es echada y resulta un misterio saber que toros serán los más propicios para el lucimiento y cuáles pondrán a prueba a los lidiadores. La vida en lo cotidiano es así, la suerte a cada momento está echada y no nos queda más remedio que sortear las circunstancias que se nos vienen encima lo mejor posible, poniendo cabeza y corazón… como lo hacen los toreros.

Concepto fundamental para el ejercicio taurino es la libertad, ser libre para actuar en concordancia con lo que se piensa y se siente. La forma de expresar el toreo es personal, cada diestro  lo interpreta a su manera, por ello la variedad de estilos y la diversidad que hay en el toreo. Si ser auténtico en la vida diaria es importante, en el toreo es requisito primordial.

 La fiesta brava es, desde luego, una tradición con muchos años de existencia que conlleva normas y ritos que, con el transcurrir del tiempo, se han modificado o fortalecido. Sin embargo, lo que ha trascendido en el ejercicio de su actividad, es el código ético que se lleva a cabo para poder enfrentarse a los toros y realizar la suerte suprema. El filósofo francés Francis Wolff lo explica así: “Prueba fehaciente del respeto hacia el toro es que en la corrida solo se le puede dar muerte poniendo el torero en peligro su propia vida”.

El toro de lidia muere en la plaza con honor y dignidad, después de haber regalado lo mejor de su existencia que es la bravura. No se puede dudar del gran respeto que se genera en ese trance, pues desde que el torero realiza los movimientos para perfilarse en la suerte suprema, la música se detiene y el silencio total en la plaza se hace presente.

El toro sucumbe ante la estocada sin perder la estampa que le caracteriza. Todavía con el último aliento muestra el temperamento que posee y lucha con todo por mantenerse sobre sus patas hasta que finalmente cae rendido a los pies del torero.

Todo lo acontecido en las plazas de toros tiene por esencia el de ser fugaz, aunque haya la impresión de que por momentos el reloj para sus manecillas, la realidad es que tras la faena solo queda el momento en la retina. Y es, también, en este aspecto de finitud en el que la tauromaquia se convierte en espejo de la realidad. La muerte está presente de principio a fin, no se esconde ni disimula, es en esencia la que da sentido tanto al espectáculo taurino como a la vida misma.

Felipe OLIVERA CHOPERENA

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